Tonucci
Francesco
Tonucci es un investigador y pedagogo italiano nacido en Fano el 5 de julio de
1940. En 1966 realizó sus primeros dibujos de carácter pedagógico y desde 1968,
con el heterónimo de Frato, comenzó un trabajo gráfico sistemático con la
intención de exponer su pensamiento educativo a través de viñetas y dibujos.
Conocido
mundialmente por su proyecto pedagógico La città dei bambini que
inició en mayo de 1991, Francesco Tonucci ha sido investigador del Instituto
Psicológico del Consejo nacional de Investigación de Italia, en el que más
tarde llegaría a dirigir el Departamento de Psicopedagogía.
Unido
al Parque de las Ciencias de Granada desde su origen, tanto como fuente de
inspiración como impulsor de su creación, ahora vuelve al Museu de les Ciències
de la Ciutat de les Arts i les Ciències para mostrar a través de esta
exposición su concepto de la educación basado en el respeto y la escucha a los
niños/as y en el valor de la participación para fomentar el aprendizaje y
promover la curiosidad.
Su
trabajo ha sido ampliamente valorado internacionalmente, en Andalucía se le
otorgó la Medalla de Oro al Mérito en Educación en el año 2012. Asimismo, el
Consejo de Gobierno de la Universidad de Oviedo acordó concederle el grado de
Doctor Honoris Causa en consideración a los extraordinarios méritos que ha
acumulado a lo largo de su carrera en el ámbito de la educación y la defensa de
la infancia.
LA
EDUCACIÓN, SEGÚN FRANCESCO TONUCCI
Hay
que escuchar a los alumnos y confiar en ellos. Es importante tener
confianza en la competencia y la capacidad de los niños, en lo que saben, y
escuchar su mundo interior, toda esa información y esos saberes que traen
consigo a la escuela. Ahora los niños solo pueden escuchar al maestro, no se
les da la palabra.
Las
escuelas deben ser democráticas, no igualitarias. Los estudiantes deben formarse
como ciudadanos libres y soberanos. Por eso hay que huir del esquema
tradicional en el que el profesor es quien tiene los conocimientos y los
alumnos son vasos vacíos que hay que llenar y, por lo tanto, todos iguales. Los
estudiantes acuden a la escuela con unos conocimientos y un saber que deben
desarrollar, y el profesor debe ser capaz de motivarles e impulsar el proceso.
La
heterogeneidad en el aula es buena. La diversidad, lejos de ser una
dificultad o una barrera, es una ventaja y una riqueza que debe aprovecharse.
Ya sea cultural, de género, de religión o raza… Incluso es interesante mezclar
a niños con diferentes edades en la misma clase, para sacar así el máximo
partido a sus diferencias y características propias.
Los
niños deben participar en la organización de la escuela. Igual que la
ciudad debe planificarse teniendo en cuenta a los niños y sus necesidades, los
centros escolares tienen que implicar en su gestión a los alumnos. Si el niño
participa de forma activa en la organización y en la toma de decisiones en el
centro escolar, se sentirá parte de éste, sentirá que es “su escuela” y su
conducta y desempeño serán mejores.
El
aprendizaje tiene que ser cercano y divertido. Los docentes deben escuchar
a los niños para enseñarles a partir de lo que ya conocen y teniendo en cuenta
lo que les motiva y les interesa. Además, deben ser capaces de aprovechar la
capacidad de los niños para concentrarse y esforzarse en aquello que les gusta
y les divierte, motivarles y apelar a su forma de trabajar, sus fortalezas y
sus capacidades concretas.
Necesitamos
los mejores maestros. Un buen profesor escucha a sus estudiantes, busca la
excelencia, personaliza el aprendizaje teniendo en cuenta la realidad del
alumno y promueve el trabajo en grupo en vez de la competencia, porque cree en
la suma de capacidades para lograr el éxito.
La
lectura en voz alta en el aula debería ser obligatoria. Leer en voz alta
en clase es una de las herramientas educativas más eficaces. Todos los docentes
deberían leer a sus alumnos durante al menos 15 minutos todos los días, con
cierta teatralización, haciéndoles partícipes de las historias y los personajes
para transmitirles el amor por la lectura.
El
juego y el ocio son importantes. Los momentos de libertad, esparcimiento y
diversión fuera del aula resultan fundamentales para el niño y, además,
influyen de manera positiva en el proceso de aprendizaje. Fuera del horario
escolar, los estudiantes tienen que disfrutar, libremente y sin adultos, de su
tiempo de esparcimiento, juego y actividades artísticas y culturales, como
indica el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño .
Además, estos momentos sirven para que los niños descubran y formen su
carácter, sus actitudes y su forma de reaccionar ante el mundo.
Los
deberes son un error. Las tareas se piensan como ayuda, especialmente a los que
más lo necesitan, pero no consiguen este objetivo porque generalmente los niños
que tienen más dificultades no suelen contar en casa con el apoyo necesario
para hacer los deberes. Esa labor de enseñar y cubrir las lagunas educativas
corresponde al profesor, no a los deberes, y debe hacerse dentro del horario
escolar.
Una
buena escuela se construye sobre la vida de sus alumnos. Estamos privando
a los niños de su vida, solo les cargamos de más actividades formativas, cuando
lo que necesitan es vivir experiencias y así tendrán algo que compartir al día
siguiente en la escuela. Sobre esa experiencia se construirá el conocimiento.
Por eso necesitamos ciudades que permitan a los niños vivir como ciudadanos.